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Malaz: una opinión libre de spoilers.

El pasado mes de noviembre un auténtico alud de novedades destruyó completamente cualquier ilusión que uno podía tener de mantenerse dentro de un presupuesto razonable. ¿Se habrían puesto de acuerdo las editoriales de lo fantástico para arruinarnos a todos? Ediciones orgásmicas de un clásico de Neil Gaiman; libros sobre Poniente que nadie había pedido y todos celebramos; una historia sobre un pescador, otra sobre un par de niñas perdidas en un mundo siniestro. Un Emperador Goblin que no sé si es Y.A. porque languidece aún en la pila. Ciencia ficción de un tal Tchaikovsky que, a primera vista, se parece un poco a "Cánticos de la lejana tierra" de Clarke, pero que seguramente no tiene nada que ver.
Y, por supuesto, la novena entrega de "Malaz, el libro de los caídos".

Faltándome como me falta la mínima contención - y más cuando se trata de libros - compré estos y otros tomos, amén de varios cómics y manga. Y leí bastantes de ellos antes de, finalmente, decidirme a coger este volúmen mastodóntico, "Polvo de Sueños", que me entretendría durante un par de semanas.
¡Y cómo me entretuvo!
Más de lo esperado, de hecho. En parte, porque con Steven Erikson uno, si algo hace, es entretenerse. Qué descripciones. Qué batallas. Malaz es un portento de imaginación y pirotecnia fantasticofestiva. Duelos, dioses, lagartos gigantes con o sin cola, dragones, magos; algunas escenas de este libro son, además, de las mejores de la saga: a la llegada de cierto ser oscuro me remito como ejemplo. Y es entretenido, también, intentar recordar qué personajes vienen de dónde y de hacer qué; procurar atar cabos para dar sentido a lo que parece - ¡solo parece! - un galimatías. Para mi es imprescindible recurrir a la wiki malazana varias veces durante la lectura. Es algo bastante singular, tan embrollado que convierte en risibles los complicados árboles genealógicos de las casas enredadas en el juego de tronos.

Por si no tenía bastante con este entretenimiento intrínseco, la edición que tenía entre manos me proporcionó otro: erratas. En los nombres, mas que nada. ¿Cage o Jaula? ¿Bilis o Hiel? Un personaje podía llamarse de un modo u otro al pasar la página. ¿Podría ser esta tal Sinter la misma que, más adelante, llamaban Toba? ¿Era Held el hermano gemelo de Contenido?
Al principio me lo tomé a guasa: son más de mil páginas. Algún error puede haberse colado.
Después, empecé a molestarme. A cada error que encontraba me subía la tensión. Al llegar al punto de ebullición, escribí un hilo de tuits que, inesperadamente, la editorial - y unos cuantos fans - llegó a leer. ¿Era para tanto? 
Sinceramente, sí. Igual los modos no fueron los mejores: el comedimiento, ya se ve, no es lo mío. Ni el optimismo. Ni la candidez. Ni la paciencia, ya puestos. Me había gastado 35€ en un producto imperfecto. La realidad, cuando hablamos del mundo editorial - pasando del romanticismo - es la misma de cualquier mercado: cubrir una demanda ofreciendo un producto. A poder ser, uno con un margen de beneficio interesante. Y también funciona a la inversa: puedo decir que "compro una historia, una aventura, una experiencia".... pero la realidad es que compro un producto, pago por ello, y también tengo mis expectativas. Hasta aquí, bien: si la editorial no hace negocio, no publica, y mi yo bibliófilo muere de pena. El problema llega cuándo se decide dónde y cómo se recorta o se amplía para determinar este margen. Con Malaz - y con todo el sello Nova - queremos portadas espectaculares: buena encuadernación, gran presentación. Esto tiene un precio. Queremos una buena traducción; seguimos sumando. Pero una traducción se tiene que corregir, se tiene que revisar. Hay que comprobar que todo encaja: muy especialmente en sagas como la presente, tan largas, tan enrevesadas, con tantos nombres, escritas por alguien con tanta afición a la prosa púrpura. Y aquí, en este tomo en concreto, en este "Polvo de sueños"... Nova decidió dormirse en los laureles. 
Vale, es una expresión injusta aplicada a un proceso que de seguro tuvo que ser estresante para todos los implicados, pero no he podido resistirme.
Lo que hizo Nova fue saltarse este último - o penúltimo, o el que sea - paso y el resultado es el que es. Y mi indignación saltó a twitter, donde mis escasísimos seguidores pudieron leerla; y entre ellos resulta que estaba El Caballero del Árbol Sonriente, nada menos que el prologuista de la obra - y en su escrito, por cierto, no solo no había errores sino un acierto tras otro -. Y la propia Nova. Y Nova se disculpó. Y la mandé a freír espárragos. Por aquello de la contención y el comedimiento.
Pasada la indignación - mas o menos tras finalizar el libro - empecé a calmarme y a creer en la buena fe de los implicados: quizás no en la de Ediciones B, esta hidra sin alma, pero en la del traductor, en la de los responsables del sello, en la de los community managers. Y volví a ilusionarme con la perspectiva de ver terminada la saga de su mano. Y acepté las disculpas y me creí - y me digo que sigo creyendo - que no se repetirá el error.

Ahora bien: volviendo al tema central de esta diatriba, me encontré con que ya no podía contentarme con esperar. ¿Cuándo publicaría Nova "The Crippled God", décima y última parte de esta larguísima obra? A saber. ¿Mediados del diecinueve? ¿Finales? Quizás incluso más tarde. No, el final de "Polvo de sueños" era intrigante; demasiado como para esperar.
Así que decidí ir a por el material original. Sin traducir. Han pasado los años, y aquellos tiempos en los que, si no se traducía, un libro me estaba vetado han quedado muy atrás. Sigo prefiriendo comprar la versión traducida: mi fluidez no es suficiente como para confiar en que pillaré todas las sutilezas, ni para hacer que me sienta cómodo del todo más allá del catalán y el castellano. Pero basta y sobra para leer, entender y apreciar la mayoría de novelas. Busqué, encontré y compré "The Crippled God" en una de estas ediciones de bolsillo de papel grisáceo, compactas y baratas de Tor. Cuando salga en castellano, lo compraré de nuevo, para leer por segunda vez los diez de un tirón.

Y así, ahora puedo escribir esto habiendo terminado, por fin, esta epopeya. Han pasado casi veinte años desde que Timo Mas editó "Los jardines de la luna" en dos volúmenes, fiel a su picaresca marca de la casa, con unas cubiertas horribles. No vendieron nada y, en otra vieja y establecida tradición, canceló la serie. Años más tarde, en 2004, otra editorial digamos que problemática parece que adquirió los derechos: La Factoría retomó la labor y empezó de nuevo con "Los jardines de la luna" ahora correctamente publicados en un solo tomo y con una portada atractiva. Le siguieron seis tomos más, hasta "La tempestad del segador", momento en que La Factoría quebró (para gran sorpresa de todo el mundo) y dejó desamparados a muchos.
Los Malazanos desesperamos por un tiempo, ante nosotros parecía extenderse este erial, este cementerio de elefantes donde van a morir las grandes novelas cuando las editoriales las hieren de muerte. Malaz yacería al lado de la trilogía de Mark Lawrence; cerca de la pentalogía de Abraham. Junto a las muchas que La Factoría dejaba inconclusas: a un paso de la fosa común abarrotada que eran los descartes de Timun y Minotauro. Ya casi nos conformábamos con ello, de tan acostumbrados estamos los lectores del género a putadas similares.

Entonces llegó Nova, y salvó el día.

Y ahora, tanto tiempo después, he terminado. Ha sido un viaje que ríete del de Coltaine. Avanzar tres pasos para retroceder dos; bendecir los cielos para al cabo retorcerse entre la miseria. Vivir grandes momentos y momentos terribles: ser testigo de la épica más grande que ha visto la fantasía desde el Silmarillion y de los textos más incomprensibles desde el apogeo del New Weird.

Esto es una diatriba que va un poco a la deriva: es un epílogo personal. No es una reseña. No contiene spoilers: solo muchas preguntas y un par de reflexiones. Y la primera es: ¿Me ha gustado? 

Sí. Sí, Malaz me entusiasma. No sé si todo el mundo puede o podrá decir lo mismo. Empecé Malaz en un momento en que estaba harto de fantasía modesta. Fantasía donde todo dejaba paso a lo mundano. ¿Los elfos? Retirándose. ¿La magia? huy, en remisión. ¿Los grandes imperios? Ah, cosa del pasado. ¿Las grandes batallas, la épica en mayúsculas? bueno, dosificada. La Fantasía era crepuscular. Casi siempre. Sigue siéndolo, de hecho. El Grimdark al fin y al cabo - y quede claro que adoro el Grimdark - es algo así como una evolución sobre esta idea: es fantasía realista, luego, menos fantástica.
En este contexto Malaz era refrescante. Era exuberancia. Desbordaba. Literalmente desbordaba al lector. Erikson te daba una patada que te mandaba, en el primer capítulo de "Los jardines de la luna", enmedio de algo que ya estaba en marcha y de lo que no entendías ni papa. Sin ninguna concesión. Y te dejaba a tu aire mientras escribía y escribía sobre lo que le parecía, y ordenaba los hechos como le apetecía, y saltaba de un continente a otro como un dios enloquecido, y bordaba diálogos delirantes, y atribuía a todos - soldados, eruditos y marinos - un ingenio y un saber que parecía poco creíble y que uno aprendía a amar. Y creaba, creaba y creaba a más y más personajes, a cada cual más ambiguo, más tortuoso. ¿Tolkien dedicó páginas enteras a describir el origen de hasta la última rama en los bosques de sus Ents? Erikson no se quedó a la zaga añadiendo a la trama los puntos de vista de un millón de personajes. Y tantos grandes momentos. Las batallas de dioses y demonios en las calles de Darujhistan. La travesía de Coltaine. El asedio a Coral. Y... y otros muchos, de una grandeza, de una épica sin igual, que no puedo mencionar porque he prometido no soltar spoilers. Pero puedo hablar de conceptos: de las razas ancestrales y de sus tragedias, de esta cosmología enrevesada, de una cronología tan abismalmente larga que asomarse da auténtica sensación de profundidad histórica. De ideas tan originales como la naturaleza de Dragnipur o el ritual de Tellann; de personajes tan potentes como Anomander, tan fascinantes como Kallor, tan intrigantes como Ben. Sin decir por qué son tan grandes, y dejar que cada uno lo descubra a su ritmo.

A lo largo de diez libros - y en pro de la brevedad omitiremos de momento a la saga hermana de Esslemont - hemos asistido pues a toda clase de batallas, conspiraciones, a los planes de dioses que juegan con mortales y mortales que juegan con los dioses. A lo largo de diez libros, Erikson ha dejado caer tanto sobre el complicadísimo pasado del mundo de Malaz que, recogiendo las sobras, podría escribir veinte libros más. Hemos asistido al nacimiento, crecimiento, maduración y muerte de muchas tramas, cualquiera de ellas con suficiente entidad para justificar una serie propia.
Y ahora que he terminado, y sé que me ha gustado, me pregunto otra cosa: ¿cuál era el propósito de Erikson? 

Ciertamente, no parece una saga del todo coherente. No todo encaja. No termino el décimo libro recordando aquel pequeño detalle del tercero, aquella insinuación del séptimo, aquella revelación en el primero que ahora, al fin, tiene sentido. Igual sí me sentiré así tras la relectura que planeo, pero dudo que llegue a una satisfacción total en este sentido. El problema, con Erikson, es que se gusta tanto cuando escribe que se olvida de tener sentido. Se pierde, literalmente, en sus largos monólogos internos de personajes que se flagelan sin parar. Su explosiva imaginación le lleva a regurgitar datos y más datos, bellas escenas del pasado, intrigantes promesas para el futuro, curiosas insinuaciones que, al leerlas, suenan bien. Después de leerlas, si te paras e intentas encajarlas, a menudo te encuentras con que no puedes. Son demasiado vagas, o demasiado incongruentes. O, frecuentemente, terriblemente frustrantes porque no parecen llevar a ninguna parte. Hay tantos, tantos personajes en estos diez libros que, al final, siguen siendo un enigma; tantos, que tras diez libros, aún no entiendes. Tantos momentos, tantas decisiones, tantas jugadas por parte de ascendentes y mortales que no parecen tener razón de ser. ¿Qué podemos hacer con todo ello? ¿Podemos pensar que existe un hilo central del primer al último tomo, y que si a veces parece interrumpido, es porque no prestamos suficiente atención?
Malaz ha sido un desafío a todo lo que creía saber sobre cómo tiene que ser una novela, cómo tiene que estructurarse una saga y sobretodo, cómo construir con éxito a un plantel de personajes tan extenso como el que comentaba.
Erickson ignora alegremente la mayoría de mis preconcepciones. En sus diálogos no parece importarle el realismo; le trae sin cuidado el trasfondo de un personaje y cómo pueda afectar su modo de expresarse. Bajo la pluma de Erickson, un marino criado en los arrabales de ciudad Malaz hablará como si hubiera crecido leyendo a Wodehouse. Y gracias a ello tenemos las maravillosas divagaciones de Kruppe o los diálogos entre Tehol y Bicho.
En Malaz, los héroes serán filósofos: sufrirán el mal del existencialismo y mientras caminan, con el poder de arrasar continentes enteros en las manos, se preguntarán en largos monólogos internos por su  torturada naturaleza, por las cadenas que les atan a destinos que nunca pidieron. Hay seguramente un punto de Moorcock en todo esto; al fin y al cabo, los paralelismos entre Anomander Rake y Elric de Melniboné son bastante evidentes. Erickson, simplemente, lo lleva mucho más lejos.
El personaje Malazano típico es el soldado: la gran mayoría de POV son de soldados que se ven arrastrados arriba y abajo sin llegar nunca a saber exactamente por qué. No importa; llegado el momento, harán lo necesario. Pero hasta que llegue este instante, se dedicarán a la picaresca. Juegos, pequeñas estafas, flirteos ingeniosos o algo bastos según el caso; sin demasiada maldad. Sin juzgar. La amoralidad es la norma: el soldado honrado que mata de cara convive con el asesino que apuñala por la espalda, y bromean al respecto sin pudor. En esto, Malaz me recuerda un poco al mundo de los superhéroes, a Marvel o DC. Según el guionista - en este caso, según le pique a Erickson - incluso el cocinero del pelotón puede derribar a un dragón, y todos se pelean y hacen grandes demostraciones de fuerza sin demasiadas consecuencias.
El problema de tener a tantos personajes y de querer darles a todos tantas páginas es que inevitablemente muchos de los mejores acaban quedando fuera cuando una trama - o en este caso, la saga entera - llega a su fin: y nos quedamos con la incógnita de si tal o cual individuo habrá superado su ordalía personal, o si habrá logrado su venganza, o siquiera si sigue vivo.

Algo nos contarán en las precuelas o secuelas que ya están en marcha. Otras cosas, sospecho, no las aclararemos nunca. A saber como habría sido Malaz si Erikson hubiera planteado su mitología y su trama de otro modo, más ordenado. Si hubiera escrito estos libros sabiendo exactamente donde quería ir a parar. Sospecho que no fue el caso: que su propósito era solo divertirse. Solo así encuentro sentido a tantos clímax; a tantas sendas que llevan a aparentes finales, a escenas tan grandiosas que otros habrían dosificado con mayor cuidado. Creo que a Erickson simplemente se le ocurren cosas, imagina diálogos, visualiza momentos de impacto y después viste una trama alrededor. E igual incluso afirma que no es así, que hay una razón para todo y un plan maestro: y yo no me lo creo. Creo que virtió en Malaz todo lo que le pasaba por la cabeza y le dio forma lentamente, como pudo. Y yo, que en esto soy ordenado, que soy un fanático del detalle, que quiero saberlo todo, no entiendo como puede haber funcionado. Si hubiera escrito los diez tomos de un tirón, y después los hubiera repasado y reeditado, tendríamos algo diferente; y, quizás, algo que habría muerto en el olvido, porque quizás el atractivo de Malaz está en el caos. 

Y esto es exactamente lo que tenemos que hacer con Malaz: dejarnos llevar en el caos. Aceptar lo que se nos da. Y jugar a juntar las piezas que podamos, y ver si se sostienen. Y discutir. Y visitar foros. Y entrar en wikis. ¿No es divertido? es una forma extraordinaria de implicar al lector. Malaz es como historia viva: hace falta perspectiva para entender qué está pasando, y aún con tiempo y distancia, a veces no es suficiente. Hay que ser arqueólogo: acotar el terreno, escrutar cierto párrafo que podría ser clave hasta que nos lleve a formular una teoría. Hay que ser historiador, y discutir incluso la fuente primaria que es el propio Erikson. Hay que ser un literato para descifrar la prosa púrpura y llegar al núcleo duro, y escaso, de la verdad que esconde. Y sobretodo, hay que ser aventurero, tirar sin vergüenza del tópico y decir... a disfrutar del viaje


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