Ha sido una partida muy larga la que ahora termina ; ocho temporadas, largos años, pero solo dos estaciones en Poniente: de la primavera cuando todo era nuevo, fresco y vibrante a este invierno desenfocado de ideas congeladas y tramas estériles. La partida ha sido larga, ha terminado, y Bran se sienta en el trono de los Seis Reinos. El polvo - la ceniza - se ha posado y aquí estamos, tras este último episodio. Tantos años. Tanta pasión... ha terminado en ceniza. El problema no es el qué ; nunca lo ha sido. El problema es el cómo . Y el cómo es lo que hace de estas dos temporadas, la última en particular, una pesadilla. Ha desaparecido toda sombra de verosimilitud: la suspensión de la incredulidad se ha levantado y no hay quién se lo trague. Y es que hemos visto Dragones morir como gallinas y balistas que funcionan en días alternos. Hemos visto Caminantes Blancos estallar en mil pedazos junto a nuestros sueños de una Larga Noche tan temible como ocho temporadas nos habían
Ocho temporadas, un cásting increíble, un presupuesto astronómico, un fenómeno mundial con millones de seguidores termina aquí; no en el episodio siguiente, el final oficial de la serie. Termina aquí. Aquí acaba todo, todo arde, todo muere. Aquí acaban las esperanzas de los fans, todo lo que uno haya invertido en este viaje tan largo. Aquí Weiss y Benniof pasan a la historia como dos de los mayores cretinos que la industria del entretenimiento haya visto nunca. Me siento... estafado. Avergonzado, de vergüenza ajena. Primero fue la simplificación ; el sacrificar tantas tramas, tantos personajes en pro del presupuesto y la brevedad. Así murieron Altojardín y los Tyrell, Dorne y los Martell. Así acabamos aceptando la realidad del teletransporte que permite recorrer los reinos de punta a punta entre episodio y episodio. Así nos dijeron que toda la larga noche se resumía en la ambición de una sola criatura, y que matándola - y cuan fácil era matarla: una sola puñalada en el vientre -