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Opinión: Fe de erratas



Una editorial anuncia su última novedad; twitter enloquece – por lo menos, esta pequeña parte de twitter donde habitamos los frikis -. Era un título muy esperado, del autor de moda. Los blogs reviven viejas reseñas de algún modo relacionadas; comparten extractos del libro, se establecen comparaciones, se acotan subgéneros. La editorial aprovecha el hype tanto como puede. “Este es el artista encargado de la portada”, revela, quizás adjuntando un esbozo de lo que está por venir. “Será una edición en tapa dura”; “contendrá las ilustraciones de la edición americana”; “Este mapa tan chulo en las cubiertas interiores”. Luego, a algunas se les va un poco y encapsulan sus cómics en fundas de metacrilato, les dan portadas holográficas que incluyen relojes de arena o nos obsequian con una portada tomada directamente de la adaptación a TV; incluso semejantes horteradas se reciben con ovación. Tal día en librerías: y empieza la cuenta atrás.

Mientrastanto, nadie pregunta por el traductor, que a menudo se introduce él mismo en el debate. Ni si habrá corrector. De hecho, la mayoría seguramente ni sabe de la existencia de este trabajo tan necesario. No parece existir una preocupación seria acerca de la calidad del texto, o de existir se limita a valorar los talentos del escritor, sin considerar quién nos los traslada al castellano y qué tal hace su trabajo. Quizás es que se da por supuesto. Quizás es que, sencillamente, no es tan importante... porque al fin y al cabo vivimos en el mundo de la forma sobre el fondo.

En el contexto de la literatura de género, este no es un debate nuevo; los que llevamos años en el mundillo hemos visto de todo. Están las ediciones de las novelas de franquicia (Reinos Olvidados, Dragonlance) donde, por veinte euros, te puedes llevar parte de una saga en tomo de tapa dura, bellamente ilustrada. Más adelante descubrirás que respecto al resto de volúmenes de la colección, habiendo distintos traductores, hay problemas de coherencia interna; el mismo nombre traducido de distintas formas es un ejemplo clásico. Estos mismos libros en su edición original se venden por seis euros en formato bolsillo con papel basura, pero el texto no presenta problema alguno. ¿Qué opción merece más la pena?
Más allá de la fantasía de franquicia, las cosas podrían – o deberían – ser mejores. Y, en efecto, normalmente lo son. Los principales problemas que hasta ahora veíamos pasaban por la cancelación de series (algo en lo que tanto Minotauro como Timun Mas son campeones indiscutibles) o los cambios de formato dentro de una colección.
Pero el mercado ha cambiado en los últimos años. Gracias primero a las adaptaciones de ESDLA y después de Game of Thrones la literatura de género vive una segunda juventud. Se publica muchísimo y para todos los gustos; llega mucho más material a nuestro país, aparecen nuevas editoriales continuamente, y los devotos no damos abasto. Y ahora tenemos twitter, y la situación que describía al principio se reproduce una y otra vez; ¡Qué lejos quedan aquellos tiempos en los que recibíamos mensualmente un folleto de Timun Mas para pedir por correo sus últimas novedades!
Uno tiene la sensación de que ahora todo es mejor, más rápido, más limpio, más profesional. Recuerdo, de cuando la inauguración del nuevo local de la Librería Gigamesh, una frase que utilicé en un artículo para describirla: “Es la afirmación definitiva de la dignidad de un género”. Parecía que la literatura de género había escapado del sótano y salía a la luz; y se reafirmaba, se consolidaba, creía en su calidad. Muchos nos lo tomamos en serio: pero, cuanto más va, más me doy cuenta de que este fenómeno expansivo sufre del mismo mal que tantos otros que han vivido un despertar semejante: el lector – consumidor – va muy por delante de la empresa. Aquí donde algunos sabemos que estamos ante algo serio, muchas editoriales no se han dado cuenta.

Y así llegamos finalmente al meollo de este debate: a la forma sobre el fondo, expresado a través de la creciente devoción a la estética del libro enfrente a su contenido. Veamos algún ejemplo.
A principios de año, tuve la ocasión de leer el noveno libro de la decalogía de “Malaz: el Libro de los caídos”, publicado por Nova. La saga a estas alturas requiere de poca presentación, pero para dar solo un poco de contexto digamos solo que es una de las mejores obras de fantasía épica jamás escritas. Nova lo transmite con unas ediciones francamente bonitas, con portadas espectaculares. Este era el caso de este noveno libro. Lo empecé con ganas. Y estas ganas fueron muriendo poco a poco a medida que avanzaba en la lectura, pues cada dos por tres se hacían evidentes toda clase de erratas. Al principio, uno comprende que algo se puede escapar: lo más básico. Alguna tilde, correlación género/número, algún tiempo verbal mal puesto. Cuando se amontonan, la paciencia tiembla, pero aún aguanta. Luego varios nombres aparecen traducidos de forma diferente o sin traducir: Hiel/Bilis, Cage/Jaula. A veces dichas discrepancias ocurren en un mismo párrafo. En otra ocasión, recuerdo, una frase entera se ha traducido sin sentido alguno. Y llega un punto en que esta paciencia se hace pedazos. Como lector, como comprador, estallo en el mismo medio por el que me había llegado la noticia de la novedad, Twitter; y por allí me entero que este mismo problema ya se produjo con el segundo volúmen, que yo había leído en su edición previa de la ya extinta – afortunadamente – Factoría. Es decir: el problema había aparecido tan pronto como en el segundo tomo de la saga... y se estaba repitiendo cinco tomos más tarde. Me comentaron que una segunda edición lo arreglaría, pero el problema de base sigue ahí: ¿por qué se permitió que se editara un texto sin revisar? Y como comprador, aún más importante.... ¿A mi de qué me sirve, si yo ya he pagado por mi ejemplar y nadie me lo va a cambiar cuando salga la edición corregida?
Con Nova, he de decir, me llevé una sorpresa. Es un sello editorial veterano que tiene detrás uno de los mayores grupos del sector: no esperaba respuesta. Y sin embargo, la tuve: de la editorial y del traductor. Aguantaron mi mal humor, se disculparon, y comprometieron públicamente a enmendar el problema. Parece que, finalmente, Malaz está en buenas manos.

Pero no todas las editoriales son como Nova. Poco después me dispuse a leer una de las novedades más importantes del pasado año; “El emperador goblin”, de Katherine Addison, novela nominada al Hugo, Nebula y World Fantasy, y que lleva por lo menos una década en las listas de las mejores obras de fantasía recientes. Publicaba Alethé, una de estas pequeñas editoriales de nuevo cuño.
Empecé a encontrar erratas otra vez. Otra vez, las mismas faltas de ortografía. Otra vez, las mismas construcciones extrañas sacadas – en apariencia – de una traducción literal del inglés. Y lo que es peor, algo que en la vida había visto: párrafos repetidos (transcribo)


La carta de lord Berenar, a pesar de haber recordado incluir las oportunas felicitaciones de cumpleaños, había aprovechado de forma descarada la oportunidad para contarle al emperador lo que había descubierto en la oficina del lord Canciller.
Para el gran alivio de Maia, lord Berenar y su personal habían demostrado que Chavar era honrado...
La carta de lord Berenar, aunque recordaba incluir los deseos apropiados de un buen cumpleaños, era también el aprovechamiento descarado de la oportunidad de contarle al emperador lo que había descubierto en la oficina del lord Canciller. Para enorme alivio de Maia, lord Berenar y su personal habían demostrado que Chavar era honesto...”

(El Goblin Emperador, Katherine Addison, Ed. Alethé, página 486)

o un mismo término traducido de dos modos distintos... y ambos incluidos

“[...] deseó que los ropajes imperiales tuvieran incluyeran [...]

que parecían ser un trabajo a medias de un traductor intentando decidirse por el término apropiado. Alucino. Y escribo, usando twitter otra vez: en este caso, Alethé ignora por completo el problema. Al poco, anuncia su siguiente novedad de prestigio: Spiderlight, de Adrian Tchaikovsky. ¿La portada? Oh, la portada... veréis, la portada será fantástica, nos dice. Y yo aún espero una respuesta a cómo será el texto. A día de hoy aún no lo sé, ahora que la portada - ¡bien! - ya se ha revelado.
No deja de resultarme curioso que una editorial pequeña y mas o menos novata se permita ser tan extremadamente descuidada con su producto, y tan absolutamente negligente con su atención al cliente. Uno podría pensar que, cuando se trata de empresas pequeñas, la fidelidad lo es todo: y, a la vez, comprender que la fidelidad en esta industria no depende de la calidad del producto sino de la capacidad para crear hype. Para traer la novedad esperada; para vestirla mejor que nadie.
Otro ejemplo podría ser “Contemplad el vacío”, de Dilatando Mentes, otro enano editorial. Una colección de relatos que no puedo dejar de recomendar. Exquisitos. Ah, y pésimamente traducidos. En sus páginas podemos encontrar curiosidades como “Mi dios” o “Mi Señor” (traducido del “My god” y el “My lord”), que pueden ser técnicamente correctas pero estilísticamente horrendas. 
Luego está la, quizás, peor traducción que he leído nunca: la del libro "Espectros de una tierra trizada", de S. Craig Zahler, ed. Tres Puntos. Ni siquiera pude terminar la lectura. El traductor es un tal José Miguel Martínez, aunque creo que el crédito debería llevárselo google translator: nunca había visto una traducción tan literal (pronombres, construcción de las frases) del inglés. Llega a hacerse insoportable. Y es una pena, porque la historia - un western con toques de terror, del autor en que se basa la excelente película "Bone Tomahawk" - merecía la pena. Pregunté acerca de este trabajo chapucero directamente a la editorial, en twitter: su respuesta, bloquearme. 
En fin, ¿Impiden este tipo de cosas la lectura? No; pero la entorpecen enormemente, cambian el ritmo, agrían el humor. Libros interesantes se vuelven intragables; la experiencia cambia completamente.

Todo esto evidencia un par de cosas. La primera, que se prescinde completamente de un profesional tan necesario como el corrector. Consultando con una profesional del campo, me confirma que en efecto las editoriales tienden a ignorar su trabajo; y me habla de un proceso que suena más a ciencia ficción que la mayoría de mis lecturas. La cosa empieza, tras la traducción, cuando interviene un revisor: se ocupa de comprobar que el texto traducido y el original concuerden en significado. Después entraría un corrector de estilo, que se ocupa de la gramática, de dar fluidez y naturalidad al texto y eliminar vicios (muletillas, repeticiones, etc). Finalmente, intervendría el corrector ortotipográfico, que vigila que todo encaje en el libro de estilo de la editorial – si lo hay -, la correspondencia de los signos de puntuación, y en definitiva, la construcción de la página. Tras todo este trabajo, finalmente una última revisión es necesaria antes de enviarlo a imprenta.
Cuando la escucho, me impresiona y deprime a la vez. Me descubre un trabajo que, como decía, tendemos a olvidar y que, sin embargo, está detrás de la calidad de las ediciones de estas editoriales de culto que todos tenemos en mente. Y me deprime, porque entiendo que implica un gasto que, seguramente, la editorial pequeña muchas veces no puede asumir. No me cuesta imaginar que de todo este largo proceso la mayoría de editores borra la mayor parte de un plumazo. Sé de buena tinta que, a menudo, se espera del traductor que se ocupe de todo esto personalmente. E igual es fantasía esperar otra cosa, dada la realidad de nuestro mercado.
La segunda, es que me hace evidente la absoluta, abismal falta de respeto de estas editoriales para con sus lectores. Y no encuentro otra forma más contenida de decirlo. Me da igual cual sea la situación económica de Alethé: cualquiera, incluso un lector sin formación en filología como yo, puede ver la inmensa mayoría de estos errores tras una sola lectura. Una. Una lectura crítica antes de mandarlo a imprenta. Una sola lectura y la mayoría de lo que yo he visto podría haber sido corregido. ¿Sería el trabajo preciso de un corrector profesional? Por supuesto que no. Pero por algo se empieza, y la ausencia de esta única lectura previa a imprenta es imperdonable. Lo que he visto en “El goblin emperador” (que uso como ejemplo paradigmatico) no es nada mas y nada menos que un insulto.

Mi pregunta final es: ¿Nos damos por ofendidos? En absoluto. Por una parte, tendemos a romantizar: no somos consumidores, somos lectores. No consumimos un producto: tendemos puentes entre mentes. Abrimos una puerta para viajar a otro mundo (una de las mayores cursiladas jamás escritas respecto al proceso de lectura). Luego, no actuamos como un consumidor ante un productor que nos vende algo defectuoso (y, entendámoslo de una vez: una mala traducción hace defectuoso un libro), sino que tragamos y callamos. Allí donde en otros campos se denunciaría, se reclamaría, se rompería este lazo de confianza entre una empresa y su comprador, nosotros no hacemos nada.
Por otra parte, por desgracia, creo que como lectores padecemos de lo que yo llamo síndrome del fan agradecido; y esto es especialmente cierto en el microcosmos de la literatura de terror, fantasía y ciencia ficción. Tenemos una lista de autores y obras que ansiamos leer: que desesperamos por ver publicadas. Cuando cualquier editorial nos trae una de ellas, perdemos todo sentido crítico. Casi tememos expresar disgusto: casi todo en este campo forma parte de una saga, y si el primer tomo no vende, igual la cancelan. Y, otra vez, callamos. La editorial lo sabe: así que nada la va a empujar a esmerarse la próxima vez.

No sé si este tema tiene arreglo. No sé si es una tendencia creciente – a mi me lo parece – o simplemente que he tenido una mala racha. No sé si pese al auge de la llamada cultura friki nosotros mismos nos llegamos a creer que lo que adoramos es tan serio y tan respetable como decimos, y merecedor de un tratamiento acorde. No sé qué pensar. Ni si importa; igual tengo la mente en otra cosa. Y es que hoy Alethé ha revelado la portada de su siguiente obra estrella: ¡y es una pasada!


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