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Del Juego de Ender al fanatismo anti-LGBT: Conociendo a Orson Scott Card

Veo que se está preparando una nueva edición de "El juego de Ender", que irá acompañada de la reedición de sus secuelas, secuelas y demás subproductos; no es una sorpresa, porque a pesar de la calidad ínfima de casi toda su obra, Card es uno de estos autores que suenan, gustan y siempre tienen sitio en la agenda editorial.

Para cualquiera que lea todas estas novelas que rodean "El juego de Ender" creo que puede resultar mas o menos evidente que la única merecedora de relectura es la obra central. Si la relectura la emprendemos de adultos - habiéndolo leído, quizás, de adolescentes - algunos temas pueden resultar una sorpresa: el militarismo, la poca (o ninguna) credibilidad de los personajes, la vacuidad de la historia; entretiene, eso sí. El resto de novelas de esta saga - explorando la vida de sus hermanos, o su pasado, o su futuro - es CF mediocre en el mejor de los casos, que se limita a aprovechar el tirón del nombre de este niño manipulado para convertirse en genocida.

Si probamos otras series, buscando el por qué del encumbramiento del autor, ¿se resuelve el misterio? Probemos con la de Alvin Maker. El primer libro, "Alvin: el séptimo hijo", más de lo mismo: entretenido, sin más. El resto de la serie se deja leer, quizás es más equilibrada que la de Ender. No diría que sea una obra cumbre, pero es que tampoco lo diría de Ender y así se la considera. En esta línea de entretenimiento sin pretensiones llegamos a las dos novelas que, para mí, son lo mejor de su producción: "Un planeta llamado Traición" y "Esperanza del venado". El primero, CF de aventuras en un entorno cuasi fantástico; el segundo fantasía atípica. El esquema parece ser siempre el mismo en todos los casos: héroes adolescentes que emprenden viajes iniciáticos y resuelven los problemas de todo el mundo. No es el paradigma de la originalidad.
A partir de aquí, de estos cuatro títulos (Ender, Alvin, Traición y Venado)... ¿Qué más ha hecho Card? Es como Dean Koontz: suena. Se edita. Vende. Igual que Koontz, es un caso extraño en el que un puñado de libros aceptables han dado pie a una larga carrera de mediocridades que llevan décadas presentes en las estanterías. Otros mejores que ellos han quedado por el camino. Quién sabe por qué.

Lo que expondré a continuación puede hacer sospechar de un sesgo importante; no lo negaré. Existe. También es cierto que ya las consideraba así mucho antes de conocer las posiciones políticas del autor; puesto que, desde que las conocí, nunca le he comprado un solo libro más.

Ahora que Jemisin está en boca de todos por su extraordinaria trilogía de "La tierra rota" y conceptos como la inclusión LGBTI, la violencia de género o la opresión sistémica resuenan entre el fandom, parece un buen momento para plantearse el tema de Orson Scott Card otra vez; el hombre es un homófobo. Y no cualquier homófobo: uno militante, activo, vocal. Y nada comedido. Veamos algunos ejemplos:


Laws against homosexual behavior should remain on the books, not to be indiscriminately enforced against anyone who happens to be caught violating them, but to be used when necessary to send a clear message that those who flagrantly violate society’s regulation of sexual behavior cannot be permitted to remain as acceptable, equal citizens within that society.

Más claro, agua: la sociedad debe castigar a aquellos que se desvíen del comportamiento sexual normal; no son - según Card - ciudadanos aceptables, normales, iguales. Se debe mandar un mensaje: si eres gay, la ley debe actuar para ponerte en tu sitio. 

If the Church has no the authority to tell its members that they may not engage in homosexual practices, then it has no authority at all. And if we accept the argument of the hypocrites of homosexuality that their sin is not a sin, we have destroyed ourselves.”

La primera parte tiene su interés; me parece bien que la iglesia no tenga ninguna autoridad. La segunda es peligrosa: "la homosexualidad es un pecado". Y la iglesia debe reforzar esta idea. Ergo, mortificar a todos aquellos LBGTI que, desgraciadamente, crecen en un entorno religioso; le falta proponer alguna terapia para reconvertirnos. 

The dark secret of homosexual society — the one that dares not speak its name — is how many homosexuals first entered into that world through a disturbing seduction or rape or molestation or abuse, and how many of them yearn to get out of the homosexual community and live normally.

There is a myth that homosexuals are ‘born that way,’ and we are pounded with this idea so thoroughly that many people think that somebody, somewhere, must have proved it.”

La guinda del pastel. El clásico. El HOMOSEXUALISMO. Una conducta adquirida tras el trauma, que se perpetúa mediante el trauma. Este amigo que tantos de los de su cuerda tienen, gay, pero esforzándose en rectificar su perversión. Todos conocemos este amigo. Es el mismo que la gente de derechas invoca cuando se le recriminan sus fobias: "eh, que yo no tengo nada en contra, eh? que de hecho tengo muchos amigos que lo son". Es un ser mitológico. 

No matter how sexually attracted a man might be toward other men, or a woman toward other women, and no matter how close the bonds of affection and friendship might be within same-sex couples, there is no act of court or Congress that can make these relationships the same as the coupling between a man and a woman.”

Regardless of law, marriage has only one definition, and any government that attempts to change it is my mortal enemy. I will act to destroy that government and bring it down.

Legalizing gay marriage is not about making it possible for gay people to become couples. It’s about giving the Left the power to force anti-religious values on our children. Once they legalize gay marriage, it will be the bludgeon they use to make sure that it becomes illegal to teach traditional values in the schools.

La biblia dice que el matrimonio es entre hombre y mujer: la ley lo certifica, y lo debe imponer. Y esta idea debe ir por encima de cualquier otra consideración, cualquier intento de promover la igualdad entre individuos. Los derechos individuales no importan: este párrafo, en este libro escrito hace dos mil años, compilado a conveniencia, debe prevalecer. Y Card actuará para destruir cualquier gobierno que intente atemptar contra este concepto sagrado. 
Que yo sepa, el autor aún no ha atacado la Casa Blanca, pero igual no ha tenido tiempo aún entre libro y libro. Aunque haya la tentación de desestimar esta barbaridad como un síntoma de diarrea verbal, tampoco hay que subestimar el peligro de declaraciones así cuando vienen de gente con cierto peso público que se mueven en un contexto donde el fanatismo está a la orden del día. 

Las opiniones de Card respecto a este y otros temas - declaraciones por ejemplo que parecen expresar sorpresa ante el hecho que el presidente Obama "se expresara como un hombre blanco" - nos plantean un viejo tema de debate: ¿Hasta qué punto puede o debe importarnos la ideología de un autor de ficción? 

Bien, es un debate interesante. De entrada, creo que no debería importarnos. Soy de los que se llevan las manos a la cabeza cuando oye que en cierta escuela se ha prohibido "Las aventuras de Huckleberry Finn". Dentro de la literatura de género, hay muchos autores reprobables en este sentido. El mismo Lovecraft era racista; Tolkien o Lewis, cristianos; en sus obras se percibe la influencia de estas ideologías. Los relatos de HPL supuran miedo, odio, desconfianza y desdén hacia cualquiera que no sea un blanco anglosajón. Los de Lewis se pueden leer como una alegoría cristiana.
Card es algo distinto. Estos tres nacieron en el siglo XIX. Card, a mediados del XX. Durante su infancia y toda su edad adulta HPL vivió entre un virulento racismo. Card llegó a la adolescencia durante los sesenta; en el 69, durante los altercados de Stonewall - nacimiento del movimiento activista LGBTI - ya contaba 18 años. Card vivió como espectador la epidemia del VIH de los ochenta. Card no tiene la excusa del espíritu de los tiempos. Card no es un mero espectador pasivo; estas declaraciones no son una opinión que un periodista le arranca a regañadientes tras preguntar por un tema delicado. Son declaraciones públicas, en conferencias, artículos y ensayos. Son declaraciones militantes: de alguien convencido de que no solo lo que dice es cierto, sino que debe luchar e implicarse para conseguir que gente como yo sea un ciudadano de segunda. ¿Qué hacer ante estos casos? Al final todo se reduce a lo mismo: cuán de cerca te toque el tema. 

La única intención de este artículo - a parte de esta reflexión retórica: "¿Qué le ve la gente a la obra de este hombre que justifique su estatus?"- es dar a conocer la realidad que esconde su firma. 
No soy partidario de censurar nada. No soy partidario de los trigger warnings. Sí creo que uno debe disponer de toda la información posible, en todo momento, incluso ante un hecho tan simple como ir y comprar un libro. Así, cuando veo que se reedita la obra del señor Card, o que se publicita algún nuevo título, puedo valorar si quiero o no apoyar con mi compra la carrera de alguien así. Es mi decisión personal; en este caso, es mi pequeño gesto, mi pequeño grano de arena, acompañado de esta denuncia. Aunque pueda parecer que tenemos los derechos ganados, nunca se debe olvidar que ningún derecho adquirido es permanente: siempre estará bajo asedio. Siempre requerirá que lo defendamos, de gente como Card. Es importante recordarlo ahora, cuando en este país está subiendo un partido que defiende la abolición del matrimonio igualitario; cuando en una semana ha habido dos agresiones homófobas en Barcelona. 

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