Ayer escribí un artículo. El tema: las erratas, cada vez más frecuentes, en la literatura de género. Poco podía esperar, desde
este este blog más que modesto, que al compartirlo en twitter
llegara a los veintiocho retweets. ¡veintiocho!Ayer toqué el cielo.
Hoy
preveía pasar el día suspirando por glorias pasadas, pero me ha
dado por mirar si, por un casual, Ediciones Alethé (principal foco
de atención de aquel escrito) me había respondido; les pasé el
artículo, y aproveché el hilo acerca de su flamante Spiderlight
para volver a preguntar si era un texto corregido.
Lo
que pasó a continuación (no) os sorprenderá: ni mu. Nada. Cero.
Se
podría pensar, con mucha razón, que para qué va a responder una
empresa importante a un solo lector, por muy pesado que este sea;
pero me consta que muchos otros les enviaron preguntas acerca de sus
traducciones, y recibieron el mismo silencio como respuesta.
Así
que me ha parecido interesante aprovechar este silencio para
investigar un poco sobre Alethé, descubriendo que, como ayer varios
lectores comentaron, mi artículo sobre las erratas está construido
sobre una errata fundamental: Alethé no es una editorial novata ni
pequeña. Es un sello de La esfera de los libros, que se define como
la “marca literaria” de Unidad Editorial. Y Unidad Editorial
(antiguamente Unedisa) tiene como buque insignia en España un par de
periódicos muy conocidos: El Mundo y Libertad Digital.
Así
pues, Alethé no es una editorial pequeña sino parte de un grupo de
los más poderosos del país, con mucha experiencia en el campo de la
fantasía y el terror. En el catálogo de La Esfera de los Libros,
Adrian Thaickovsky ahora se codea con autores de la talla de Federico
Jimenez Losantos, José Javier Esparza Torres, Pío Moa y otros
héroes de la ultraderecha, representantes de la España castiza más
rancia y casposa. Invito a echar un ojo a su catálogo, no tiene
desperdicio.
¿Tiene
importancia todo esto para el tema que nos ocupa? Quizás no; en
parte lo expongo para corregir mi propia errata relativa a las
dimensiones de Alethé. Personalmente me sirve también para entender
muchas cosas. Entiendo que se trata de un gigante del sector que vio
el éxito de la literatura fantástica y decidió apuntarse al carro
destinando al proyecto pocos recursos y peores profesionales.
Entiendo que el poco rigor que les caracteriza en el resto de sus
publicaciones lo aplican ahora al fantástico; con el tema de las
traducciones, con las portadas (y es que, cuanto más miro la de
Spiderlight, más me viene a la cabeza Farenheit 451), con sus
community manager; con esta arrogancia que les lleva a ignorar la
crítica de su cliente.
Inspirado
por el revisionismo de La Esfera de los Libros, me dedico a revisar
todos los libros de Alethé que tengo en mis estantes. No son muchos;
no han sacado demasiados, aunque como tengo el defecto de comprar de
todo tengo la mayoría. Y salvo el de Addison, no los he leído aún.
¿Qué sorpresas esconderán?
Tengo
Hiddensee; una edición en tapa dura, estéticamente cuidada. A
primera vista no le veo nada raro. Estación central; ninguna
sorpresa.
Entonces
llego a “Sistemas Críticos”, primer tomo de la serie de Los
diarios de Matabot de Martha Wells. Y veo que no consta ningún
traductor. Busco en las páginas interiores: nada. Nada en la
contraportada. ¿En la web, entonces? Nada tampoco. ¿Quién habrá
traducido este libro? ¿Por qué no está acreditado? Lo hojeo un
poco: parece un trabajo correcto. Y anónimo.
Por
un momento, me pongo en su lugar. Trabajando durante meses en un
texto, dedicándole horas. Igual estoy satisfecho con el resultado,
igual no; pero la editorial tiene prisa, y no hay tiempo de más. Se
entrega y va directo a imprenta. ¿Se habrá revisado? No se sabe.
Llega a tiendas. Y el nombre, mi nombre, no está. A un trabajo mal
pagado, ignorado, al que a menudo se carga con toda la
responsabilidad de los errores y ninguna de los aciertos, ahora le
sumamos este desprecio de no molestarse ni a acreditarlo. Me pongo en
su lugar: y me hundo.
Ayer
me explayé en lo desagradable que es para el lector vivir una
experiencia así; hoy me pregunto cómo le sienta al trabajador
responsable, al profesional de verdad. Saber que se ha dado todo para
que, al final, a quien lo lea se le atragante. Y saber que no se
puede hacer nada: que más tiempo, más inversión, más amor a las
letras sería la solución, pero que nunca se va a convencer a la
empresa, y que la queja, si acaso, solo va a poner tu nombre en una
lista negra.
Hoy
Alethé encabeza mi lista negra; compraré Spiderlight, porque soy
así de estúpido. Y nada más. Estos tomos que tengo en mis estantes
serán los últimos. Es un gesto simbólico; es un “hasta aquí”
a una gente que trata mal a sus lectores, ningunea a sus trabajadores
e ignora sus responsabilidades hasta el punto de ni dignarse siquiera
a enviar una falsa disculpa. Ayer mi artículo era puramente
destructivo; hoy voy a intentar ser constructivo. Animo a cualquiera
que sienta lo mismo hacia esta o cualquier otra editorial a
expresarse claramente al respecto. Públicamente. Mientras escribo
esto, “El Emperador Goblin” sigue en librerías, esperando que
alguien se gaste 25€ en un producto defectuoso. Veintiocho retweets
podrían haber sido veintiocho reproches en su muro. No conseguiremos
que algo como Alethé corrija el rumbo: pero podemos evitar que otros
incautos les compren. Quizás esto ya merezca la pena.
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