Ocho temporadas, un cásting increíble, un presupuesto astronómico, un fenómeno mundial con millones de seguidores termina aquí; no en el episodio siguiente, el final oficial de la serie. Termina aquí. Aquí acaba todo, todo arde, todo muere. Aquí acaban las esperanzas de los fans, todo lo que uno haya invertido en este viaje tan largo. Aquí Weiss y Benniof pasan a la historia como dos de los mayores cretinos que la industria del entretenimiento haya visto nunca.
Me siento... estafado. Avergonzado, de vergüenza ajena.
Primero fue la simplificación; el sacrificar tantas tramas, tantos personajes en pro del presupuesto y la brevedad. Así murieron Altojardín y los Tyrell, Dorne y los Martell. Así acabamos aceptando la realidad del teletransporte que permite recorrer los reinos de punta a punta entre episodio y episodio. Así nos dijeron que toda la larga noche se resumía en la ambición de una sola criatura, y que matándola - y cuan fácil era matarla: una sola puñalada en el vientre - se acababa el problema.
Después fue la muerte de la lógica: nada tenía sentido. Es fantasía, es cierto: pero la suspensión de la incredulidad tiene sus límites. Cuesta ver a los Dothraki cargar contra la nada solo para conseguir una bonita foto. Cuesta ver armar una trampa sin dientes para atrapar al Rey de la Noche. Cuesta, en el marco de la narración que venimos siguiendo desde la primera temporada, aceptar el movimiento de trilero con el foco final. Cuesta aceptar el poderío de la flota de hierro, su ubicuidad y la capacidad de sus balistas. Si no respira un cierto realismo la serie pierde todo el gancho; no hay intriga, no hay sorpresa, porque no hay causalidad.
Finalmente ha llegado la muerte del sentimiento: ya no hay implicación emocional. Algunos de los grandes momentos de temporadas pasadas que eran fruto de la simplificación extrema de las cosas por lo menos resultaban intensos, emocionales. Así viví el estallido del Septo de Baelor, que se narró de un modo que me parece magistral; y el suicidio de Tommen, aún sabiendo que todo se hacía de aquel modo solo para limpiar el tablero de tantos personajes. Así viví el juicio de Petyr. Ahora esta temporada remata este vínculo emocional, lo corta: los personajes ya no son nuestros personajes. Están retorcidos; actúan de un modo que no podemos comprender, enfrentados a dilemas que no parecen tales, atrapados en contradicciones. Son desconocidos. Y así, cuando van cayendo, no podría importarnos menos.
Personalmente me he ido convirtiendo en un gran fan de Lena Headey: nunca lo habría dicho, porque la Cersei de los libros no me emociona especialmente. Pero en la serie, gracias a ella y a que siento especial debilidad para los villanos con estilo llegué a amarla. Y hoy, cuando tenía que presenciar el derrumbe de sus sueños y esperanzas, cuando todo hacía prever una intensa despedida... no he sentido nada. Porque esta ya no es Cersei: no es la Cersei que nos habían presentado. La de hoy es una estatua de carne que, desde un balcón, observa sin reacción como todo se derrumba: se revela que toda su seguridad estaba construida sobre el barro, que no tenía ninguna carta en la manga, ninguna posibilidad des del principio. En una batalla tan absolutamente desequilibrada no hay interés, ni implicación. No es épica; es una matanza sin sentido.
El mismo sinsentido se extiende al resto de personajes. El Varys que, sabiendo que aquella no es una reina que merezca la pena servir, se queda en Rocadragón y se deja capturar... no es mi Varys. No es mi Varys el que, pese a saber que el reino sufrirá, se rinde y camina hacia la muerte.
Ni es mi Tyrion el que lo traiciona; el que vive bajo el miedo a enfurecer al dragón, a despertar la cólera de esta reina que merece la pena servir hasta el punto de traicionar a sus amigos y a sus principios. No es mi Tyrion este que no puede ver más allá de su retorcida nariz y comprender que se ha equivocado de bando, comprenderlo a tiempo de salvar a tantos.
No es mi Jon el que sigue a Dany ciegamente. Cegado por el amor o por la estupidez; cegado por el deseo de creer en algo, o por el miedo a que le toque sentarse en el trono. No es mi Jon el que asedia Desembarco del Rey sabiendo que arderá.
El tono del episodio se establece muy rápidamente con esta traición esencial, cuando comprendemos desde el minuto uno, con la muerte de Varys, que podemos predecir exactamente lo que va a pasar, paso a paso.
Así, cuando el Draconis est Machina cae del cielo sobre la armada invencible y de pronto las balistas ya no disparan una andanada tras otra con mortal precisión, ni las apoyan las apostadas en la muralla... nos da igual.
Cuando Drogon cruza la ciudad entera des del puerto sin que nadie de la voz de alarma, sin que las torres den el aviso o disparen una sola flecha y revienta la muralla - dos metros de piedra por lo menos - aplastando la compañía dorada... nos da igual.
Cuando repican las campanas, y Jon suspira aliviado... para asistir acto seguido a la mayor locura que un Targaryen haya perpetrado nunca, no sé si nos da igual pero lo que está claro es que no nos sorprende. Dany se tira literalmente medio episodio arrasando la ciudad. No los puntos clave; no las casernas de la guardia, las torres, la Fortaleza Roja. Lo arrasa todo, calle a calle, en una muestra de destrucción tan indiscriminada que no hay por donde empezar a explicarla. Porque, recordemos, no es que haya soltado a Drogon para que lo queme todo: ella está allí, guiándole en todo momento.
Así es todo el episodio: un sinsentido. Podríamos seguir y la conclusión sería la misma en cada caso. ¿Arya viajando desde Invernalia? ¿Para qué? cuando llega, el Perro le dice que se vaya, y ella se va. ¿Es lo que haría Arya, la Arya de temporadas pasadas?
Cuándo Euron el náufrago pone pie a tierra en el lugar y momento precisos para interceptar a Jaime, le apuñala varias veces y aún así no consigue evitar que el Lannister escale camino arriba hasta Cersei; cuando Qyburn el nigromante resulta que no tiene ningún control sobre su creación; cuando Gregor y Sandor se enfrentan en un duelo y caen a un mar de fuego; todo tiene este aire de puro trámite, de cerrar tramas deprisa.
El encuentro de Cersei y Jaime tiene cierto interés; es quizás el único en todo el episodio. Que la runa los cubra es una muerte absolutamente anticlimática, pero como suele decirse, nadie está muerto hasta que se ve un cuerpo, y por lo menos Cersei aún podría aparecer en el último capítulo.
Si - para mi - la falta de compromiso con la realidad de los personajes mata el episodio, lo que lo remata definitivamente es la falta de atmósfera: nada de lo que pasa me parece bien construido. Ni la música, ni el ritmo narrativo, ni los giros argumentales, nada crea tensión o drama. Cersei, Dany, Tyrion y Jon, que deberían ser los puntales del episodio, aparecen poco y reaccionan menos; ceden espacio a Arya. Vemos a Tyrion andar entre los escombros, y no le vemos reaccionar. Vemos a los Clegane peleando y no hay... fuerza, no hay épica en el duelo: la resolución es correcta - los dos precipitándose a un abismo de fuego - pero no satisface del todo. El reencuentro entre Jaime y Cersei es breve, blando. Con la carga de los Dothraki en el ep. 3 por lo menos teníamos una decisión estúpida que obedecía a un interés legítimo, el de crear una escena impactante. Aquí no hay contrapartida a tanta estupidez.
Ahora queda un episodio: y sabemos mas o menos qué va a pasar. A la pregunta de qué hacía Arya a Desembarco del Rey le daremos una respuesta: cargaba las pilas del enfado, la ira justiciera que sin duda caerá contra Dany por tanto fuego y destrucción. Querrá vengar a la niña y a su madre, perfectamente a salvo dentro de una casa hasta que Arya las hace salir - moriréis si os quedáis aquí - para que mueran cinco segundos después. Jon y Tyrion estarán horrorizados por lo que ha hecho Dany - ¡oh, no se podía saber! - y llenos de remordimiento: esta será al final la única función de Varys, servir para alimentar el remordimiento de este par. Sansa tenía razón, Dany exigirá su obediencia, y veremos cuanto tarda Jon en cortarle la cabeza para convertirse en rey. Lo único que me genera un poco de curiosidad es saber si Bran controlará finalmente a Drogon para anular la principal ventaja de Dany. Lo demás, me da igual.
¡Bravo, Weiss y Bennioff! Os habéis cargado Game of Thrones. Y ante esto solo me queda decir... Ayudanos, George R. R. Martin. Eres nuestra única esperanza.
Me siento... estafado. Avergonzado, de vergüenza ajena.
Primero fue la simplificación; el sacrificar tantas tramas, tantos personajes en pro del presupuesto y la brevedad. Así murieron Altojardín y los Tyrell, Dorne y los Martell. Así acabamos aceptando la realidad del teletransporte que permite recorrer los reinos de punta a punta entre episodio y episodio. Así nos dijeron que toda la larga noche se resumía en la ambición de una sola criatura, y que matándola - y cuan fácil era matarla: una sola puñalada en el vientre - se acababa el problema.
Después fue la muerte de la lógica: nada tenía sentido. Es fantasía, es cierto: pero la suspensión de la incredulidad tiene sus límites. Cuesta ver a los Dothraki cargar contra la nada solo para conseguir una bonita foto. Cuesta ver armar una trampa sin dientes para atrapar al Rey de la Noche. Cuesta, en el marco de la narración que venimos siguiendo desde la primera temporada, aceptar el movimiento de trilero con el foco final. Cuesta aceptar el poderío de la flota de hierro, su ubicuidad y la capacidad de sus balistas. Si no respira un cierto realismo la serie pierde todo el gancho; no hay intriga, no hay sorpresa, porque no hay causalidad.
Finalmente ha llegado la muerte del sentimiento: ya no hay implicación emocional. Algunos de los grandes momentos de temporadas pasadas que eran fruto de la simplificación extrema de las cosas por lo menos resultaban intensos, emocionales. Así viví el estallido del Septo de Baelor, que se narró de un modo que me parece magistral; y el suicidio de Tommen, aún sabiendo que todo se hacía de aquel modo solo para limpiar el tablero de tantos personajes. Así viví el juicio de Petyr. Ahora esta temporada remata este vínculo emocional, lo corta: los personajes ya no son nuestros personajes. Están retorcidos; actúan de un modo que no podemos comprender, enfrentados a dilemas que no parecen tales, atrapados en contradicciones. Son desconocidos. Y así, cuando van cayendo, no podría importarnos menos.
Personalmente me he ido convirtiendo en un gran fan de Lena Headey: nunca lo habría dicho, porque la Cersei de los libros no me emociona especialmente. Pero en la serie, gracias a ella y a que siento especial debilidad para los villanos con estilo llegué a amarla. Y hoy, cuando tenía que presenciar el derrumbe de sus sueños y esperanzas, cuando todo hacía prever una intensa despedida... no he sentido nada. Porque esta ya no es Cersei: no es la Cersei que nos habían presentado. La de hoy es una estatua de carne que, desde un balcón, observa sin reacción como todo se derrumba: se revela que toda su seguridad estaba construida sobre el barro, que no tenía ninguna carta en la manga, ninguna posibilidad des del principio. En una batalla tan absolutamente desequilibrada no hay interés, ni implicación. No es épica; es una matanza sin sentido.
El mismo sinsentido se extiende al resto de personajes. El Varys que, sabiendo que aquella no es una reina que merezca la pena servir, se queda en Rocadragón y se deja capturar... no es mi Varys. No es mi Varys el que, pese a saber que el reino sufrirá, se rinde y camina hacia la muerte.
Ni es mi Tyrion el que lo traiciona; el que vive bajo el miedo a enfurecer al dragón, a despertar la cólera de esta reina que merece la pena servir hasta el punto de traicionar a sus amigos y a sus principios. No es mi Tyrion este que no puede ver más allá de su retorcida nariz y comprender que se ha equivocado de bando, comprenderlo a tiempo de salvar a tantos.
No es mi Jon el que sigue a Dany ciegamente. Cegado por el amor o por la estupidez; cegado por el deseo de creer en algo, o por el miedo a que le toque sentarse en el trono. No es mi Jon el que asedia Desembarco del Rey sabiendo que arderá.
El tono del episodio se establece muy rápidamente con esta traición esencial, cuando comprendemos desde el minuto uno, con la muerte de Varys, que podemos predecir exactamente lo que va a pasar, paso a paso.
Así, cuando el Draconis est Machina cae del cielo sobre la armada invencible y de pronto las balistas ya no disparan una andanada tras otra con mortal precisión, ni las apoyan las apostadas en la muralla... nos da igual.
Cuando Drogon cruza la ciudad entera des del puerto sin que nadie de la voz de alarma, sin que las torres den el aviso o disparen una sola flecha y revienta la muralla - dos metros de piedra por lo menos - aplastando la compañía dorada... nos da igual.
Cuando repican las campanas, y Jon suspira aliviado... para asistir acto seguido a la mayor locura que un Targaryen haya perpetrado nunca, no sé si nos da igual pero lo que está claro es que no nos sorprende. Dany se tira literalmente medio episodio arrasando la ciudad. No los puntos clave; no las casernas de la guardia, las torres, la Fortaleza Roja. Lo arrasa todo, calle a calle, en una muestra de destrucción tan indiscriminada que no hay por donde empezar a explicarla. Porque, recordemos, no es que haya soltado a Drogon para que lo queme todo: ella está allí, guiándole en todo momento.
Así es todo el episodio: un sinsentido. Podríamos seguir y la conclusión sería la misma en cada caso. ¿Arya viajando desde Invernalia? ¿Para qué? cuando llega, el Perro le dice que se vaya, y ella se va. ¿Es lo que haría Arya, la Arya de temporadas pasadas?
Cuándo Euron el náufrago pone pie a tierra en el lugar y momento precisos para interceptar a Jaime, le apuñala varias veces y aún así no consigue evitar que el Lannister escale camino arriba hasta Cersei; cuando Qyburn el nigromante resulta que no tiene ningún control sobre su creación; cuando Gregor y Sandor se enfrentan en un duelo y caen a un mar de fuego; todo tiene este aire de puro trámite, de cerrar tramas deprisa.
El encuentro de Cersei y Jaime tiene cierto interés; es quizás el único en todo el episodio. Que la runa los cubra es una muerte absolutamente anticlimática, pero como suele decirse, nadie está muerto hasta que se ve un cuerpo, y por lo menos Cersei aún podría aparecer en el último capítulo.
Si - para mi - la falta de compromiso con la realidad de los personajes mata el episodio, lo que lo remata definitivamente es la falta de atmósfera: nada de lo que pasa me parece bien construido. Ni la música, ni el ritmo narrativo, ni los giros argumentales, nada crea tensión o drama. Cersei, Dany, Tyrion y Jon, que deberían ser los puntales del episodio, aparecen poco y reaccionan menos; ceden espacio a Arya. Vemos a Tyrion andar entre los escombros, y no le vemos reaccionar. Vemos a los Clegane peleando y no hay... fuerza, no hay épica en el duelo: la resolución es correcta - los dos precipitándose a un abismo de fuego - pero no satisface del todo. El reencuentro entre Jaime y Cersei es breve, blando. Con la carga de los Dothraki en el ep. 3 por lo menos teníamos una decisión estúpida que obedecía a un interés legítimo, el de crear una escena impactante. Aquí no hay contrapartida a tanta estupidez.
Ahora queda un episodio: y sabemos mas o menos qué va a pasar. A la pregunta de qué hacía Arya a Desembarco del Rey le daremos una respuesta: cargaba las pilas del enfado, la ira justiciera que sin duda caerá contra Dany por tanto fuego y destrucción. Querrá vengar a la niña y a su madre, perfectamente a salvo dentro de una casa hasta que Arya las hace salir - moriréis si os quedáis aquí - para que mueran cinco segundos después. Jon y Tyrion estarán horrorizados por lo que ha hecho Dany - ¡oh, no se podía saber! - y llenos de remordimiento: esta será al final la única función de Varys, servir para alimentar el remordimiento de este par. Sansa tenía razón, Dany exigirá su obediencia, y veremos cuanto tarda Jon en cortarle la cabeza para convertirse en rey. Lo único que me genera un poco de curiosidad es saber si Bran controlará finalmente a Drogon para anular la principal ventaja de Dany. Lo demás, me da igual.
¡Bravo, Weiss y Bennioff! Os habéis cargado Game of Thrones. Y ante esto solo me queda decir... Ayudanos, George R. R. Martin. Eres nuestra única esperanza.
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