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Game Of Thrones 8x06: Un episodio para recordar


Ha sido una partida muy larga la que ahora termina; ocho temporadas, largos años, pero solo dos estaciones en Poniente: de la primavera cuando todo era nuevo, fresco y vibrante a este invierno desenfocado de ideas congeladas y tramas estériles. La partida ha sido larga, ha terminado, y Bran se sienta en el trono de los Seis Reinos. 
El polvo - la ceniza - se ha posado y aquí estamos, tras este último episodio. Tantos años. Tanta pasión... ha terminado en ceniza. 
El problema no es el qué; nunca lo ha sido. El problema es el cómo
Y el cómo es lo que hace de estas dos temporadas, la última en particular, una pesadilla.  Ha desaparecido toda sombra de verosimilitud: la suspensión de la incredulidad se ha levantado y no hay quién se lo trague. Y es que hemos visto Dragones morir como gallinas y balistas que funcionan en días alternos. Hemos visto Caminantes Blancos estallar en mil pedazos junto a nuestros sueños de una Larga Noche tan temible como ocho temporadas nos habían dicho que era. Ante nuestros ojos las torres y murallas han estallado bajo el fuego cómo si de las maquetas de cartón piedra del opening se tratara. Y lo peor, nuestros personajes han abandonado toda coherencia, han perdido el norte, y la gracia, el verdadero valor de la serie, se ha perdido con ellos.

Que Daenerys acabe como acaba no es un problema. Ni totalmente inesperado. Ni inmerecido. Rescataré el concepto que en este último episodio nos han recordado: "romper la rueda". Romper la rueda es romper el sistema: y el sistema no se destruye con medias tintas y sin violencia. A Dany le quedaba - le quedará también en los libros, estoy seguro - dos posibles vías: renunciar a sus ideales aceptando un compromiso a medio camino o perseguirlos hasta su trágico final y encararse a Poniente entero, convertida en una Reina de Terror. Quemar Desembarco no es necesariamente una mala decisión de guión. 
El problema es que no se puede pasar de cero a cien en dos episodios. Estoy entre los que veíamos venir la trama de la reina loca; la Dany de la serie era de gatillo fácil, aún más que en las novelas. Ejecución tras ejecución, avanzaba hacia el trono sin pestañear, sin un momento de duda: en una temporada final de diez episodios o más igual habría podido desarrollarse esta tendencia hasta sus últimas consecuencias. El drama y el dolor que retuercen a la Madre de Dragones, alimentados por el derrumbarse de su verdad fundamental - "soy la heredera legítima" - podrían haberse alimentado de su cordura hasta que solo quedara la digna hija de su padre... pero se ha renunciado a esta evolución en favor de la sorpresa y la inmediatez. 
El primer tercio de este último capítulo de hecho me ha gustado; el tono siniestro totalmente conseguido, el escenario dantesco de la capital en ruinas, la lluvia de ceniza. Y he cometido un error fundamental: creer en la posibilidad de un final a la altura. Cogiendo lo que nos han dejado, aceptando que ya no se puede cambiar lo que esta temporada nos había dado hasta entonces, aún se podía salvar parte de la dignidad. Dany sonaba Hitleriana, arriba, en las escaleras ante sus miles de inmortales inmaculados.  Un dictador acabado de nacer proclamando su verdad al mundo, dispuesta a extender una guerra total hasta que todo y todos estuvieran de rodillas: esto podría, debería haber dominado la mayor parte del capítulo. Dany cristalizada en algo distinto, dejando atrás los días pasados de lágrimas e insomnio que la dejaron demacrada para convertirse en un ser frío de determinación absoluta: un nuevo villano para enfocar - ni que sea en estos últimos minutos - la temporada. Jon y Tyrion devastados, sus sueños y su amor despedazados, los ojos abiertos al fin. Incluso podría haber muerto Tyrion, quemado, tal y como ella prometió. Y la Reina podría haber avanzado hacia el norte, a aplastar la última resistencia. Y allí, finalmente, encontrar su derrota: quizás ante Sansa, quizás ante Jon. Quizás ante el propio Drogon warhgeado por Bran. 



Sin embargo Weiss y Benioff han optado por algo frankensteiniano: un cadáver de episodio construido con trozos mal cosidos que aterroriza en su primer tercio y aburre y avergüenza a partes iguales en los dos siguientes. Dany muere de forma totalmente insatisfactoria, casi tanto como fue la muerte de Cersei o el Rey de la Noche. D&D no saben. No saben de villanos; no saben de épica, no saben... nada. Jon no se enfrenta a ella. "Has quemado la ciudad! mujeres, hombres y niños", le dice; pero no sostiene su argumento, no rebate la tranquilidad de la reina loca, no le muestra la repugnancia que sus actos merecen. Y la apuñala en un abrazo; y así, Dany muere en brazos de su amor, y Drogon, su hijo, se la lleva a ultramar. Antes, pero, funde el trono: ahora Drogon es inteligente, sabe que la silla es el origen de todos los problemas y, aún reconociendo en Jon un Targaryen, se lo niega: si su madre no puede sentarse no se sentará nadie. 
Claro que poco podía confrontar Jon cuando le han dado el papel del calzonazos mayor del Reino: con la misma cara de bebé estreñido de Gusano Gris se ha pasado la temporada final de un lado para otro como un pollo sin cabeza, completamente ciego a todo lo que pasa. Ni vivir la atrocidad de la quema de la ciudad desde sus mismas calles ha bastado para convencerle de la absoluta necesidad de acabar con Dany. Tyrion ha tenido que argumentárselo, explicárselo paso a paso. Así, en su última temporada, Jon no ha decidido nada, no ha liderado nada, no ha asumido nada: le han tenido que llevar de la mano en todo. Jon, nacido Targaryen, destinado a todo... no ha hecho nada. No ha acabado con la Larga Noche; no ha asumido el trono, no reina en el norte.

Y así llegamos al tramo final: un tramo final que llega tras treinta minutos de metraje. Ahora, nos dicen, Tyrion y Jon son prisioneros de los Inmaculados. Omiten a los Dothraki, porque supongo que si ya es difícil creer que tras matar a su reina sobrevivieran un solo día en manos de los esclavos liberados, lo es mucho más aún que los Dothraki no les destrozaran entre cuatro caballos. Y vemos este concilio de notables descafeinado. Está el Norte; está el valle, y el río. Las islas del hierro y Dorne. Y, por alguna razón, Brienne y Davos, y Sam. Y Arya. Y es una puta broma. Todo. 
Cuando Edmure se levanta, se ve venir: va a presentarse candidato. Pero uno se resiste a creerlo. No puede ser. No pueden prestarse a una escena de bochorno así. Edmure va a introducir a Sansa, o a reclamar el derecho de Jon: quizás él era uno de los receptores de las cartas de Varys, y va a enderezar un poco su currículo haciendo algo útil y decente. 
Pero no. Edmure se postula para el trono. Edmure, que vendió al Pez Negro y rindió Aguasdulces a los asesinos de su hermana y sobrinos. Sansa le manda callar, pero yo habría firmado por un silencio definitivo de mano de Arya. Sam propone democracia, y todos ríen. D&D ya tienen el tipo de humor que les gusta: simplón, de vergüenza ajena. Yara insiste en su inquebrantable lealtad a la Targaryen durante exactamente dos segundos, el tiempo que tarda en aceptar la necesidad de escoger a otro rey: y así, los reinos pasan a ser una monarquía electiva al estilo del Sacro Imperio: se corona a Bran. ¡A Bran! de este modo D&D revelan su plan maestro: podía parecer que era el personaje más inútil de toda la serie, podía parecer que no hacía nada, pero todo tenía su razón de ser. Tenía un destino: convertirse en rey. Lo había visto. Estaba previsto. Bran es pues un Atreyu: todas sus desventuras, todo su viaje no tiene un fin en sí mismo: sólo el tejer de una historia, una narrativa atractiva sobre la que construir su derecho a reinar. 

A Jon hay que castigarle, aparentemente. Matar a una genocida es imperdonable. La mitad de los presentes ni siquiera habían jurado lealtad a Dany, y los que sí tendrían que estar besándole la capa por haberles librado de la pesadilla de su reinado de terror... pero quieren castigarle. Y le mandan a vestir el negro otra vez: a guardar un muro que no guarda nada, porque ya no hay nada más allá. Y el absurdo se añade al absurdo y la pila ya es mas alta que el muro. 



A Tyrion hay que castigarle también, y se le nombra mano del Rey. Y poco después preside su primera reunión. ¡Qué lejos estamos de la elegancia, la presencia, el poder que desprendían aquellos tiempos en que la presidía Tywin! que lejos de la dignidad de la mesa donde se sentaban Ned y Varys. Es todo una broma. Bronn es el señor de Altojardín y Davos... Davos es alguien importante, y Sam también, e intercambian pullas infantiles como un grupo de niños jugando a ser alguien: no queda nada de la gravedad de otros tiempos. Traen un libro, alguien ha escrito la crónica de estos años de guerra, ¡y es el título de la saga! y pulla otra vez, Tyrion no aparece. Porque, supongo, no hace falta mencionar al que fue tres veces mano del Rey, heredero último de una de las grandes casas y jugador decisivo en los últimos días del juego de tronos. Una vez más se sacrifica toda lógica en honor al chiste fácil. 
Mientrastanto, en el Norte, ahora reino independiente, coronan a Sansa. Después de todo lo que hemos visto, es quizás la única satisfacción que podemos sacar de todo esto. Sansa la sensata sí termina como debe. Jon se va, abandona el Castillo Negro y en un último fuck you mas que merecido, abandona Poniente acompañado de Fantasma - ¡bien! - por la vida mucho más sencilla entre los así llamados salvajes.
En todo este largo episodio, solo puedo reconocer tres momentos emotivos: Tyrion, encontrando a sus hermanos muertos es el primero. Después de la genial despedida con Jaime en la que ambos actores bordaron una escena perfecta, después de que los gemelos murieran aplastados, convenía una clausura. El segundo, Drogon con el cuerpo de Dany, la desesperación del hijo huérfano, del último dragón que marcha hacia el oeste. Y el último, Jon reunido con Fantasma, que ahora sí, puede acariciar. 

Y así termina la serie. Una parte terror, dos de vergüenza y solo una pizca de emoción. 

Pero Fandom remembers, Weiss y Benioff. Recordamos estos diálogos, estas tramas, estos grandes momentos que George os dio. La intriga, cuando no todo residía en hacer estallar cosas. La lenta y minuciosa evolución de estos personajes. Y, sí, el impacto: la ejecución de Ned; el Norte aclamando al joven lobo. Una sombra que nace para matar a Renly, Daenerys que renace entre llamas con tres dragones en sus brazos. Recordamos la boda roja. Recordamos la púrpura; las muertes de reyes, caballeros y lores. Y maestros esclavistas. Y maestres leales. El duelo de Oberyn en el juicio de Tyrion, y el juicio de Tyrion con una ballesta en las manos. Recordamos el norte, el muro, a Ygritte y a Jon: a Lord Mormont y al Maestre Aemon,  a Mance Ryder y sus pueblos libres. Nos acordamos de Sean Bean, que fue un Ned impecable. De Mark Addy y su Robert. De Michelle Fairley, cuya Catelyn se ahogó  con un corazón de piedra. De sus hijos y nietos: del Robb de Richard Madden. Del hubris de Oberyn, bordado por Pedro Pascal. De la dolorosa necesidad de encajar de Theon, del gran Alfie Allen. Y - nosotros sí - nos acordamos de Fantasma, Verano, Nymeria, Viento Gris, Peludo y Dama.  
Recordamos a tantos secundarios que elevaron sus papeles. Brynden Tully (Clive Russell), que se negó a rendir Aguasdulces. Olenna Tyrell (Diana Rigg), que tuvo la última palabra. Margaery (Natalie Dormer), la reina del verano. De Varys (Conleth Hill) y Barristan Selmy (Ian McElhinney), que murieron de noche y sin honor. De Hodor (Christian Nairn). Del avatar de la venganza, Sandor Clegane (Rory McCann). De Stannis el rígido (Stephen Dillane).
Nos acordamos de estos que lo dieron todo para que sus villanos fueran los más odiados de la historia de la TV: de Iwan Rheon como Ramsay Bolton , de Joffrey, ante quién Jack Gleeson sacrificó su carrera. Del Petyr de Aidan Gillen. De Charles Dance, que nos dio un Tywin colosal que dominaba cada escena como su personaje dominó Poniente. De Melisandre (Carice Van Houten), que vino de Asshai para... nada. 
Sobretodo nos acordamos de Tyrion el héroe trágico, Peter Dinklage, a quién volvisteis tonto las últimas temporadas cuando el material de George se agotó y condenasteis a un destino de bufón. De Lena Headey, de Cersei, a quién elevasteis a una maldad que ella hizo exquisita y acabó soterrada tras perderlo todo. De Nicolaj Coster-Waldau, Jaime, a quién negasteis la redención. De Gwendoline Christie, Brienne, convertida en segundo plato. Emilia Clarke, Dany, a quién volvisteis loca para que todo muriera entre llamas. Y a Kit Harrington, a Jon, el héroe prometido que nunca llegó a empuñar Portadora de la Luz, ni su destino, ni su vida entera. 
 Y nos acordamos ahora de vosotros, Weiss y Benioff, que nos hacéis la espera a George mucho mas dulce sabiendo que sea lo que sea lo que haga le dará mil vueltas a vuestra versión. Que más allá de donde os lo dejaron las novelas no habéis visto más que un culebrón mal urdido que salta de sorpresa a sorpresa, directo a un final de idea fija perdiendo todo por el camino. Que no habéis entendido nada. Que de la boda roja, de la decapitación de Ned, solo os quedasteis con lo superficial: el shock value, el giro inesperado, lo visual, y lo habéis aplicado al resto de forma indiscriminada. Y sí, visualmente el show nunca ha perdido su impacto: esta última temporada no ha sido la excepción. Estos dos últimos capítulos han sido brutales en este sentido, desde los planos de los dragones volando a la luz de la luna a la gloriosa escena de la batalla entre Cleganes, o estos momentos tan inspirados de Dany en el último episodio. Pero como tantas otras cosas que toca Hollywood, el continente se ha llevado por delante el contenido. Game of Thrones merecía algo mejor que vosotros: lo merecían los personajes, lo merecían sus actores, sus (otros) guionistas, especialistas, directores, figurantes: toda la gente que ha trabajado para convertirla en una gran serie. Lo merecíamos nosotros, los espectadores. Lo merecía George.
Habéis acabado con Juego de Tronos, pero Canción de hielo y fuego sigue; pronto - es un decir - la seguiremos en las librerías. Y la comentaremos. Y cuando sepamos como termina Daenerys en los libros, pensaremos en Emilia Clarke: a vosotros os queda el olvido de los mediocres. 


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